20.6.17

Por qué nuestra generación está obsesionada con el dinero, el estatus y el poder




Tiffany Masters, 38 y su equipo Cabana Candy en el Hard Rock Hotel y Casino de Las Vegas, 2010. Masters dirige una empresa que consigue acceso a clubs nocturnos y atracciones de la ciudad para sus clientes. Cuenta con un equipo de chicas jóvenes y atractivas a las que llama las Arm Charms para proporcionar a sus clientes una “experiencia de estrella del rock”. Todas las fotografías por Lauren Greenfield, cortesía de Phaidon
Desde los años 90 estamos fascinados con el consumo, con nuestros cuerpos y con ser famosos. Reflexionamos sobre todo esto a través del nuevo libro de Lauren Greenfield.
Se dice que todo empezó en Los Ángeles a principios de los años 90. Un movimiento extraño que llega hasta nuestros días, en el que el consumismo salvaje y la obsesión por la fama comenzaron poco a poco a conquistar el mundo.
De alguna forma, ese es el espíritu de Hollywood. Cualquiera puede ser la próxima estrella, pronto seremos millonarios y saldremos por la tele. ¿Qué podría pasar para que no fuera así? No es casual que en torno al año 1992 MTV comenzara su metamorfosis.
En su programación aparecieron poco a poco los realities, un nuevo tipo de programas que de alguna forma todos sabíamos que eran una mierda, pero que no nos dejaban quitar los ojos de la pantalla.
Una fórmula televisiva que en los años posteriores cosechó sus mayores éxitos internacionales mostrando la vida diaria, de forma más o menos guionizada, de jóvenes extremadamente ricos. Fue el caso, por ejemplo, de My Super Sweet 16de MTV, pero también de los archiconocidos The Simple Life o Keeping up with the Kardashians. La riqueza de sus protagonistas deslumbró a los jóvenes de medio mundo que, atenazados en una sociedad que no les ofrecía un futuro muy brillante, soñaban cada día con tener todo lo que deseaban sin hacer el más mínimo esfuerzo.
Esta fascinación por la vida de los ricos se había estado gestando en la ficción televisiva desde unos años antes. Las series norteamericanas de los 70 y 80, contaban historias de gente real que solía vivir en la costa este del país, familias con problemas en los que muchos nos veíamos reflejados, incluso en este lado del mundo. Es el caso de Roseanne o de la policíaca Canción Triste de Hill Streetque se desarrollaba en una mugrienta ciudad del norte que podía ser Chicago o Nueva York.
Pero las series que realmente lo petaron en los 80 fueron Dallas, Dinastía o Falcon Crest, con sus familias forradas, viñedos, pozos petrolíferos, fiestas de etiqueta e interminables intrigas, con su mobiliario blanco y dorado (que alguien me dijo alguna vez que se fabricaba en Valencia y que sigue estando muy de moda entre los jeques árabes para amueblar sus pisitos en la Costa del Sol).
Los nacidos en los 80 probablemente también os acordáis bien de estos dramas resplandecientes con cientos de capítulos a los que nuestros padres estaban enganchadísimos.
Por si esto fuera poco, el marketing y la publicidad comenzó en estos años a tener en su punto de mira a los más jóvenes y a una escala global. Toys R Us llega a España en 1991 e ir a comprar un juguete allí, pillando el coche, saliendo de la ciudad hasta llegar a un polígono, se parecía tanto a una película que nos encantaba. Molaba mucho más que ir a la tienda de juguetes del barrio. El desierto de California y, en mi caso, el que rodea Zaragoza, tampoco eran tan diferentes.
Aparte de todo este entramado sociocultural y metiéndonos más en aspectos puramente económicos, la brecha entre ricos y pobres de nuestras sociedades no ha hecho más que ampliarse desde los 90. A nivel español, en determinados ambientes el pelotazo y el ladrillazo son mucho más respetados y aplaudidos que el esfuerzo y la ética. La onda expansiva de la bomba de la crisis económica mundial que seguimos sufriendo todavía se activó en algún momento a mediados de los 90, pero nosotros entonces no teníamos ni idea. Echando la vista atrás sí que detecto indicios incluso en mi vida personal.
Recuerdo a algunos colegas de mi barrio diciéndome que para qué iban a estudiar si currando en la obra podrían comprarse un BMW en un año o incluso al instante y ya lo pagarían después. Otros iban aún más allá, ¿para qué estudiar si el objetivo principal es entrar en Gran Hermano? No hacía falta tener pasta para vivir como un rico. Ya sabes, como se dice ahora: "Fake it, till you make it". Aunque entonces no sabíamos nada de eso.
Otra cosa que se volvió imprescindible de la noche a la mañana fue preparar el cuerpo: no te iban a pillar en ningún casting si eras un tirillas o estabas plana. El cuerpo se convirtió en un escaparate y muchos le dedicaban toda su atención. Y cada vez desde más jóvenes: gimnasio, silicona y trucos de maquillaje por YouTube. Un novio mazado o un buen pivonazo. Un caldo de cultivo perfecto para el surgimiento un neomachismo que se parecía mucho al viejo y que ha hecho que la lucha feminista sea más necesaria que nunca. La objetivización de la mujer nunca había alcanzado estos niveles.
Gente como Rafa Mora o Ylenia lo consiguieron, por qué no cualquiera de nosotros. Su historia sigue siendo el sueño de muchos. Y qué decir de Donald Trump, el presidente del país más poderoso de la tierra es un constructor de éxito, que vivía en un ático gigante en Manhattan decorado como un palacio de Luis XIV, en una torre que lleva su nombre en letras de oro, protagonista durante 15 años de un reality en la tele, con una mujer florero… Ningún sociólogo podría haber pensado en un colofón mejor a esta era del consumismo salvaje que, por ahora, está lejos de terminar.
Porque aunque la crisis económica de 2008 nos hizo parar y reflexionar un poco, aunque surgieron movimientos críticos como Occupy en Estados Unidos o nuestro 15M, ¿no tenéis vosotros también la sensación de que hemos aprendido más bien poco de todo esto? No hemos salido todavía de la recesión y ya parece que todo está volviendo a ser como era antes. ¿Habéis intentado alquilar últimamente un piso en Madrid o Barcelona?
En su nuevo libro (y futuro documental), Generation Wealth publicado este mes por Phaidon, la fotógrafa y realizadora Lauren Greenfield resume magistralmente en imágenes y testimonios toda esta época. A él pertenecen todas las fotografías que aparecen en este artículo.
Greenfield comenzó haciendo fotografías de la juventud de Los Ángeles a principios de los 90 y, sin ser muy consciente de ello en ese momento, fue documentando cómo esa cultura basada en el consumismo, el culto al cuerpo y la búsqueda de la fama se fue extendiendo a todo el país y posteriormente al mundo entero. Greenfield ha recorrido Estados Unidos, Rusia, Dubai y China, entre otros países, dejando testimonio de esta extraña época y de sus consecuencias tras la crisis financiera mundial. Sus fotos nos muestran el esplendor de una edad de oro y también sus miserias más terribles.
Publicado originalmente por VICE.com