Este ensayo estudia los vínculos entre los comportamientos compulsivos y la ansiedad
Cuando cocino —y por supuesto, cuando como— no soporto mancharme las manos.
Así que creo todo tipo de estratagemas para evitar tocar la comida y me lavo las manos después de cada paso de la receta.
Esto se acentúa si estoy preparando algo que lleve pescado o marisco,
en cuyo caso trato de convencer a alguien que esté por allí para que
pele las gambas, desmigaje el bacalao o trocee el salmón, lo cual genera
situaciones bastante incómodas, la gente pide
explicaciones y yo acabo inventándome cosas (como que me parece que los
langostinos son enviados de los extraterrestres).
La verdad es que no sé por qué lo hago. No tengo nada en contra de las gambas, y de hecho las cocino bastante cuando puedo permitírmelas.
Pero rasgos así se extienden a otros aspectos de mi vida —al igual que, como creo, sucede con mucha otra gente—: nos
cortamos demasiado las uñas, nos molesta la ensalada de pasta (como
concepto) o nos vemos obligados a comprobar una y otra vez si hemos
cerrado bien el coche.
Siempre he sentido que en este tipo de manías hay algo mentalmente perverso , y sin embargo, la divulgadora científica Sharon Begley argumenta algo muy distinto en su reciente libro Can't Just Stop: An Investigation of Compulsions ('No puedes parar: una investigación en las compulsiones
Porque, como afirma en las páginas del ensayo, casi todo el mundo tiene pequeñas obsesiones, manías difícilmente peligrosas y gestos que repite en múltiples ocasiones, pero
estos se encuentran en el extremo más suave de un espectro que va desde
la normalidad hasta el TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo) y otras
patologías.
Aportando ejemplos extraídos de distintos experimentos, Begley examina a personas con tendencia a la compra compulsiva, a una autoconciencia desmedida o a la acumulación de cosas, así como a personas con dificultades para dejar de jugar a videojuegos o de comprobar si les ha llegado un whatsapp, etc.
Y comparándolos con casos en que estas tendencias se muestran de forma
claramente patológica, Sharon Begley descubre algo muy sorprendente:
que bajo las pequeñas manías que todos tenemos, al igual que bajo los
síntomas que sufren personas diagnosticadas con TOC, se encuentra el
viejo demonio de la ansiedad.
La ansiedad es muy común
y según afirma Begley afecta a una de cada cinco personas en EEUU —lo
cual constituye una tasa tres veces mayor que la de la depresión.
La tesis que sostiene Can't Just Stop es, precisamente, que los comportamientos compulsivos no son más que mecanismos de defensa contra la ansiedad . Mediante la creación de pequeñas rutinas mantenemos una ficción (bastante realista) de que tenemos el control sobre algo.
Al igual que la fiebre no es en sí negativa, sino que denota que el organismo está combatiendo una infección, es bastante probable que cuando una persona más o menos sana psicológicamente desarrolla gestos excéntricos —como evitar pisar las rayas de las baldosas por la calle— no esté sino luchando contra la ansiedad que le genera el mundo.
Así que si estas costumbres no te impiden llevar una vida relativamente normal, no te preocupes demasiado.
Siempre puedes engañar a alguien para que pele tus gambas y convencerlo de que piensas que las gambas llegaron en platillos desde el espacio exterior.
Pues claro que tienes algo oscuro dentro, como todos.
Pero es posible mantenerlo a raya.