Nuestro tejido adiposo está formado por células especializadas
llamadas adipocitos, cuya función es almacenar lípidos. Cada uno de
ellos guarda en su interior una gota de grasa, que puede llegar a ocupar
casi todo el volumen celular.
Pero no todos los adipocitos son iguales, ni todos los que atesora
nuestro cuerpo cumplen la misma misión. Hasta la fecha, se han descrito
dos tipos de tejido adiposo: el de grasa blanca y el de grasa parda.
Mucho más frecuente es el primero, encargado de acumular el exceso de
calorías: da forma a los indeseables michelines. Pero su impacto en la
salud guarda relación con su ubicación. Varias investigaciones apuntan,
por ejemplo, a que existe una asociación entre la cantidad de grasa
abdominal y el riesgo de sufrir diabetes, hígado graso e hipertensión,
entre otras enfermedades.
Durante siete años, científicos de la Universidad de Boston
estudiaron, junto con médicos de varios hospitales, a más de 3,000
pacientes ingresados por enfermedades cardiovasculares y cáncer.
Los datos establecían una correlación entre estas dolencias y el
exceso de adipocitos que rodean el abdomen, el corazón y la arteria
aorta. Además, también existen diferencias entre la peligrosa grasa
abdominal, que se concentra con más facilidad en los hombres, y la que
se aglomera alrededor de las caderas de las mujeres.
Una investigación publicada en enero de 2013 en la revista Endocrine
Research afirma que el lugar donde rebosa afecta al funcionamiento
metabólico y la expresión genética: mientras que el tejido adiposo de
los glúteos femeninos se relaciona con una buena salud cardiovascular,
el que se almacena en el área del vientre supone todo lo contrario
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