Cuando Sony canceló la saga de The Amazing Spider-Man, la carrera de Andrew Garfield parecía haber llegado a su fin.
Como ocurrió con Tobey Maguire, todos esperaban que solo
quedara para papeles secundarios en filmes de poca o ninguna
relevancia. Si antes era el compañero de Mark Zuckerberg en La Red Social, a partir de su fracaso no parecía que fuera a ser más que su becario.
Sin embargo, y contra todo pronóstico, Garfield se ha convertido en el actor del año.
El intérprete acaba de protagonizar Silencio, el último filme de Martin Scorsese en el que se ha marcado una de las mejores actuaciones de todas las películas del director. Garfield
encarna al Padre Sebastião Rodrigues, un misionero cristiano del Siglo
XVII que viaja a Japón en busca de su mentor, Cristóvão Ferreira (Liam
Neeson), quien desapareció años antes en el país nipón.
Garfield ha demostrado que vale mucho más de lo que marcara su ceñido traje del superhéroe de Marvel.
Silencio lo tiene todo para
triunfar en los Oscars: es un drama bien narrado, que invita a la
reflexión en cada momento y con una estética digna del mejor Scorsese. Pero,
por encima de todo, destacan sus actuaciones. Adam Driver, Liam Neeson y
Yōsuke Kubozuka ejercen como coro celestial del ángel encarnado por
Garfield.
A lo largo de la
película, el personaje pasa por diversos perfiles: el beato
complaciente, el mesías reencarnado, el extraño varado en una tierra
maldita y el cínico desengañado. Tanta evolución podría haber
esclarecido que Garfield no es más que un actor regulero con suerte.
Pero, en realidad, ha demostrado que vale mucho más de lo que marcara su
ceñido traje del superhéroe de Marvel.
Y no solo lo ha hecho con Silencio. Apenas un mes antes de este estreno, el actor protagonizó Hasta el último hombre, la descarnada epopeya antibelicista de Mel Gibson. En esta ocasión interpretó a Desmond Doss, el héroe de guerra que no mató a nadie
.
Con sus dos últimos filmes, Garfield ha puesto de moda un perfil poco explorado en Hollywood: el del beato buenazo rodeado de machotes.
Ambos son personajes de carácter similar. Son profundos cristianos
cuyas ideas les llevan a situaciones de vida o muerte. Insistentes
pacifistas rodeados de guerra y miseria. Aunque los tonos de los
largometrajes no se parecen–Silencio es una película puramente filosófica y en Hasta el último hombre la acción y la violencia no cesan desde el segundo acto–, los protagonistas bien podrían ser sustituidos el uno por el otro sin perder credibilidad.
Con sus dos últimos filmes, Garfield ha puesto de moda un perfil poco explorado en Hollywood : el del beato buenazo rodeado de machotes. De un tiempo a esta parte, la industria había acogido con buenos ojos a un nuevo tipo de masculinidad asociada a Tom Hardy o Michael Fassbender. También se han abierto las puertas a iconos sensibles como los asociados
No deja de ser curioso que Garfield se haya convertido
en el adalid cristiano del cine americano. Como descendiente de
inmigrantes judíos, su infancia no fue precisamente católica.
Por parte de su madre, de origen británico, le fueron inculcadas las
enseñanzas judías, si bien nunca se insistió demasiado en que practicara
con lo aprendido.
Fue más tarde, a medida
que se desengañó con su trabajo, cuando decidió indagar en filosofías
espirituales. Lo ha explicado durante la promoción de Silencio:
“Gracias a Scorsese me interesé más en el tema. Silencio
se convirtió en un viaje muy personal para mí. Era un doble viaje: el
mío y el de Rodrigues. Ambos caminaban juntos, de modo que podía
permitir que los acontecimientos de la historia me afectaran”.
De hecho, en una apuesta por el método bien utilizado ( no como el de Jared Leto),
el actor ha completado los ejercicios espirituales de San Ignacio de
Loyola, “un programa de 12 pasos que te enseña a meterte en la piel de
Cristo”. Además, ha perdido hasta 20 kilos para el
tramo final del largometraje, algo que se aprecia especialmente por su
físico ya de por sí enclenque
Con esfuerzo y oportunidades que ha aprovechado al máximo, Andrew Garfield se ha redimido con creces del fracaso de The Amazing Spider-Man.
No obstante, si echamos un vistazo a su carrera nos damos cuenta de que
no lo necesitaba. Por más que no le sentara nada bien el traje del
héroe por el que –probablemente– siempre le reconocerán, ya había
demostrado su talento con la Manchester Royal Exchange y como actor
dramático en filmes del estilo de Leones por corderos, Boy A o Nunca me abandones.
El próximo febrero podría acabar de callar bocas levantando una
estatuilla en la gala de los Oscars. De momento, se huele una doble
nominación en la categoría de mejor actor protagonista.
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